Si como ya dijeron Gardel y Le
Pera veinte años no son nada, mucho menos lo son cinco. Pero en un lustro
muchas cosas pasaron. Una niña que tenía apenas dos años ahora sabe leer y
escribir. Ya no es más hija única, tiene dos hermanos con los que pelear,
compartir, jugar y hacer travesuras. Un hombre ya no es más soltero, está
casado y hasta tiene una hija. Una señorita se convirtió en mujer, abandonó la
casa de sus padres para formar una familia. Además estudió y se recibió. Un abuelo se volvió más abuelo y ya apenas puede
caminar y escuchar. Pero pasaron cinco años, 1826 días, y hubo algo que
permaneció igual. Ninguno dejó de extrañar a la mujer que los dejó un día, que
nunca supo que la niña aprendió a leer y escribir y que ya no es más hija
única; ni que el hombre ahora está casado y tiene una hija. Tampoco supo que la señorita
se convirtió en mujer, formó una familia y se recibió. Mucho menos se enteró de que el abuelo se volvió más abuelo. Pero todos ellos
si supieron que sus vidas ya no serían las mismas desde el momento que ella
los abandonó, tendrían que aprender a convivir con el dolor de extrañarla todos
los días.
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