15 de febrero de 2013

Cinco años...


Si como ya dijeron Gardel y Le Pera veinte años no son nada, mucho menos lo son cinco. Pero en un lustro muchas cosas pasaron. Una niña que tenía apenas dos años ahora sabe leer y escribir. Ya no es más hija única, tiene dos hermanos con los que pelear, compartir, jugar y hacer travesuras. Un hombre ya no es más soltero, está casado y hasta tiene una hija. Una señorita se convirtió en mujer, abandonó la casa de sus padres para formar una familia. Además estudió y se recibió. Un abuelo se volvió más abuelo y ya apenas puede caminar y escuchar. Pero pasaron cinco años, 1826 días, y hubo algo que permaneció igual. Ninguno dejó de extrañar a la mujer que los dejó un día, que nunca supo que la niña aprendió a leer y escribir y que ya no es más hija única; ni que el hombre ahora está casado y tiene una hija. Tampoco supo que la señorita se convirtió en mujer, formó una familia y se recibió. Mucho menos se enteró de que el abuelo se volvió más abuelo. Pero todos ellos si supieron que sus vidas ya no serían las mismas desde el momento que ella los abandonó, tendrían que aprender a convivir con el dolor de extrañarla todos los días.

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