21 de febrero de 2013

Soy obsesiva, creo


A la chica que viaja sentada adelante mío se le ve la etiqueta de la remera. Le asoma por el cuello.  Me mira, me saluda y hasta me saca la lengua. Sabe que no puedo hacer nada. Miro por la ventanilla pero no puedo sacarla de mi mente. Encima es roja y me llama la atención por el rabillo del ojo. Pienso en otra cosa: sólo se me ocurren historias de etiquetas. Para colmo está enroscada (a mi también me enrosca) y no sirve para cumplir su propósito…no puedo leer la marca. Me sigue mirando, me vuelve a saludar y otra vez me saca la lengua. Sabe que no puedo hacer nada. El alivio llega cuando al fin me bajo del colectivo. Aunque por unos minutos no puedo dejar de pensar que, aunque no la vea, la etiqueta sigue dada vuelta (como el sol que siempre está).

Llego a la oficina. Hay un cuadro torcido. Mi compañera me habla pero yo no puedo dejar de mirarlo. La interrumpo: “no puedo escucharte mientras ese cuadro este torcido”. Lo acomodo. Ahora sí el mundo está en orden.

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